Me gusta la casquería mucho, pero mucho mucho: los callos (de mi suegra, de la abuela de mi amigo Alberto o de la Ancha), la oreja (El Perchas de Logroño era un imprescindible), el morro, la careta… y podría seguir así un rato. Puede que una vez llegados a este punto, decidas que este post no va contigo, que esas cosas gelatinosas con salsa espesa no son para ti, espera un poco a ver si te convenzo porque puede que haya un sitio donde la veas con otros ojos y te dejes llevar para descubrir todo lo que te estabas perdiendo, se trata de La Tasquería (Duque de Sesto 38, Madriz) el sitio donde los apasionados disfrutamos y los que no lo son, se convierten.
Antes de pedir:
Llegamos allí un sábado antes de las dos de la tarde sin reserva: una pareja con un carrito. Sabíamos que podría ser complicado pero lo intentamos, uno de los camareros nos buscó un sitio donde estar cómodos los tres y se lo agradecimos. Al rato un mensaje de unos amigos nos dice que se apuntan con su hija así que informamos al camarero y nos busca una mesa donde entrar todos, de paso le decimos que por favor espere para tomar nota a que estemos todos: una estupenda sonrisa y un «sin problema» fue su respuesta.
Parece que iba acercando la hora de pedir cuando ¡sorpresa! otra amiga se apunta, así que necesitamos una silla más y esperar. Otro de los camareros nos comenta que de acuerdo. Respiramos tranquilos.
La situación parecía controlada hasta que de nuevo una llamada de otra pareja nos confirma que van también para allí. Ya no sabemos donde meternos mientras nos esperan para pedir la comanda «vamos a ser dos más» decimos casi en voz baja mientras me hago pequeñito, como respuesta, otra sonrisa conciliadora y una mesa más a nuestro lado para entrar todos.
Llegaron las dos últimas personas (ultimas de verdad), por fin estábamos todos sentados y no nos lo podiamos creer (me da a mi que ellos tampoco). Una vez nos tomaron nota, todo fue agradecimientos hacia ellos y su ENORME PACIENCIA. Si ahora la comida estaba buena, nos habían ganado para siempre…
Después de pedir: …
Y así fue. Empezamos con las croquetas de ropa vieja, diferentes y cremosas, después el sandwich de carrillera potente y sabroso para seguir con las alitas para chuparte los dedos repetidas veces, continuar con la tarrina de foie intensa, después las alcachofas con crema de foie (pausa dramática) increíbles con una textura que te hacía llorar y un sabor de ponerte los ojos del revés, llegaron después las mollejas de cordero que alcanzaban su punto óptimo al mezclarse con el huevo a baja temperatura, las crestas de gallo con langostino con ese punto picante que te da la vida y para rematar… (esto merece su propio espacio), los callos.
Los callos, la piedra de toque de cualquier amante de la casquería, odiados por muchos y admirados por otros que así tocamos a más, ese plato que necesita tener un trozo de pan como imprescindible escudero, que te deja los dedos pringosos como un Spider-Man aficionado, que rebañas como si no hubiese mañana, conclusión: no podían faltar. Nos dicen que están numerados del 1 al 5 respecto al picante y solo con eso, casi me hacen llorar de alegría, para los menos atrevidos pedimos un 1 y para los expertos un 4 y entonces llegaron… aquí empieza una ovación cerrada de esas que el público se pone en pié y mira a su alrededor alucinado pensando que ya lo había probado todo, pero no es así, esa salsa ligera a la vista que una vez metes el pan se convierte en densa, untuosa, rica, deliciosa a la que añades un poco de esa carne gelatinosa y tu paladar explota ¿de lo mejores callos de Madriz? lo afirmo.
Y una vez terminamos, con un par de advenedizos de la casquería convertidos por obra y arte de Javi Estévez y su equipo, nos fuimos los nueve de paseo por el Retiro. Madriz sigue su romance con la casquería.
¿Con quién ir? Amantes de la casquería y aquellos que no los son pero no les importa darla una oportunidad. ¿por cuánto? entre 30 y 40 euros.
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Etiquetas: callos, Javi Estévez, La Tasquería, Madriz, restaurante