¿Sabes? hay un momento en la vida de todo hombre que debe ceder a la presiones por parte de su chica y por que no decirlo, de su propia madre: el día de su boda.
Hasta ese viernes, todo lo habíamos llevado a la par, decisiones compartidas que en breve disfrutaremos mucho, entre las que se encontraba una limpieza de cutis (ahora es cuando VIFREE se convierte en un blog de tendencias de moda… ¡glup!) con la que estaba de acuerdo ¡qué demonios un día es un día!
Imagina, viernes a las 11:00 de la mañana en un peluquería de mujeres, momento en el que mi testosterona huye como alma que lleva el diablo y me deja ahí en medio con menos voluntad que un perrete chico. Me presentan a la peluquera y en ese momento un rápido cruce de miradas entre mi futura y mi madre se acaba convirtiendo en un pregunta que no va en ningún momento dirigida a mi «¿le podrías hacer un poco la cejas?». Juro que no sé quién de las dos fue, lo único que tengo claro es que jamás formé parte de esa conversación, únicamente la encargada de hacerlo dijo «por supuesto» y yo callado, me dejé llevar, mientras mi testosterona se tomaba otro botellín de Mahou en algún bar de la zona leyendo el Marca.
Una vez tumbado, no había forma digna de escapar y sólo cruzaba los dedos para no parecerme después a un concursante de myhyv con ese aspecto que da cosica. Y entonces noto el calorcito de la cera sobre mi ceja izquierda, y me parece que no es para tanto. Luego, unos ligeros golpecitos con los dedos a modo de masaje y pienso que es agradable, entonces…
¡¡¡¡¡¡RAAAAAAAAAAAAAAAAAAS!!!!! MADREDELAMORHERMOSOOOOO QUÉ DOLOR.
«…y por un instante me siento como una chica más, comparto una milésima de lo que sufrís y me uno en el cosmos con todas siendo solo una, respiro y…».
¡¡¡¡¡¡RAAAAAAAAAAAAAAAAAAS!!!!! ¡¡¡MADREDELAMORHERMOSOOOOOOOO OTRA VEZ!!!
«y vuelvo a hermanarme con todas y no sé si las lágrimas son de emoción o de dolor, pero parece que todo acaba».
Así se lo confesé a la peluquera y sonrió, imagino que pensaba que aún me quedaba la extracción y que esto no había acabado.
Una vez terminó con el resto del tratamiento, me miré al espejo y el resultado me dejó más tranquilo. Nos despedimos y ya fuera, mi testosterona salió a mi encuentro, nos dimos un abrazo fuerte (de esos de tíos) y nos entraron muchas ganas de ver jugar a mi Atleti la final de la Copa del Rey, rodeado de hinchas y pedirme una cerveza helada… ¿o tal vez una caipi de fresa?. Yo que sé.