Han pasado 365 días desde que tuvimos que despedirnos de ti. Eras ya mayor pero conservabas una energía que transmitías cada vez que íbamos a casa (tu casa) y nos recibías a dos patas con esa capacidad que tenías de mantenerte sobre ellas que sólo al final, te empezó a fallar.
Llegaste a casa (a tu casa) como un regalo desconcertante, años después de que yo estuviese pidiendo un perro que nunca llegó y allí estabas tú, con más miedo que vergüenza, unas primeras noches echando en falta el calor de tu madre pero a cambio te ganaste el cariño de la nuestra.
Durante días te llamaste Carlota en honor a la perra de una vecina pero no nos convencía del todo, hasta que viendo Expediente X mi hermano y yo decidimos que una pelirroja como tú merecía un nombre a la altura: Scully. Y así te registramos pero te llamamos Escalina, patotas, orejotas y te daba igual porque acudías con la misma alegría.
Nos viste estudiar, aprobar, suspender, llegar tarde, celebrar cumpleaños, fin de año, ver que la familia se hacía mayor, crecía, que nos íbamos y te quedabas en casa (tu casa) compartiendo largos paseos con tu dueña y siempre cómplice.
Comiste nieve, medio kilo de queso, corrías por la complutense detrás de piñas, subías a los árboles como un gato, hiciste agujeros en busca de raíces a las que morder y usabas el pasillo como pista de velocidad.
Y llegaron las navidades pasadas y nos diste varios sustos hasta que nos dijeron que te pasaba. Tomamos la decisión más dura pero más justa para ti. Te acompañamos hasta el último momento y nos despedimos. Te quedaste dormida y fuiste a jugar, correr y hacer agujeros a las nubes con Nela, Blaky, Spoty, Bruce, Jay, Duque, Simón…
Hace poco soñé contigo. Estábamos jugando y en un momento determinado debí de dejar de tirarte la pelota, me miraste y me dijiste «aprovecha que esto es un sueño y cuando acabe no estaré allí». Creo que seguimos jugando hasta que me desperté.