La ruta 66 es Estados Unidos, 2.500 millas por recorrer, rectas interminables, gasolineras desiertas, coches abandonados y otros que siguen su camino. Es el mejor filtro de Instagram que existe, un recuerdo conservado para hacerlo historia, coches clásicos que parecen cuadros, museos imposibles, un veterano de guerra que comparte un pedazo de su vida que hace mejor la tuya. Es beber una Bud fría, una Blue Moon con gajo de naranja, hamburguesas en San Diego, tacos en Nuevo México, enormes desayunos, sonrisas de camarera, propinas a definir, aros de cebolla, bacon a todas horas y «A Teeneger in Love» sonando de fondo. Son hoteles de carretera, camas tamaño king size, planchas en los armarios y microondas junto a la tele. Son sombreros de vaqueros, gafas de sol, botas de montar y cuchillos colgando del cinturón. Es cambio de estado, de horario, de idioma, de ideas, sin cambiar el destino final. Es una alerta de tornado, el weather chanel, lluvias, postes arrancados, casas sin electricidad y familias enteras cambiando su casa por una habitación de hotel por necesidad. Es levantarse al amanecer, coger el coche y conducir rumbo al siguiente punto parando donde nunca pararías. La ruta 66 no son las vacaciones, es El Viaje.
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