Pornografía
1. f. Presentación abierta y cruda del sexo que busca producir excitación.
Hola ¿qué tal vas? imagino que bien, siempre has sido mucho de quejarte pero al final las cosas te acaban saliendo.
Principios de los noventa, un autobús lleno de testosterona y jugadores de rugby viaja rumbo a San Sebastián. Una vez allí, mis mayores preocupaciones serían jugar frente a la UPV en el miniestadio de Anoeta, plantar cara a unos tipos nacidos en la línea de 22, aguantar un tercer tiempo que duró varios partidos, bailar el siqui-sumba (a que no te quitas eso, a que no, no te lo quitas) delante del equipo femenino sin provocar demasiadas risas, acabarme un katxi de un trago o beber en el intento y conseguir unos vaqueros de repuesto para sustituir a los que había roto jugando al rugby en la Concha.
Pasan los años y nos plantamos a comienzos del siglo XXI. Un joven creativo vuelve a Donosti a disfrutar del que será su primer festival de publicidad. Un viaje con todos los gastos pagados, el ego en su punto álgido, reencuentros de facultad, campañas premiadas que no recuerdo, pájaros en la cabeza, restaurantes y sidrerías, cena en el María Cristina y una pieza a concurso que no merece la pena pero que es el billete de ida a una barra libre de pintxos, zuritos, copas y gastos que justificar. Habría otros festivales allí pero nunca igualaron al primero, es lo que tiene hacerse mayor en el mundo de la publicidad.
Y hoy vuelvo, en un viaje en la que para mi es la mejor compañía posible, a la misma ciudad pero con otros ojos. Saliendo con 40 y volviendo un año más viejo y tal vez un poco más sabio o menos tonto, a disfrutar de un paseo por la parte vieja esperando que al doblar una esquina, me encuentre con los tipos que algún día fui y decirles que al final no lo hicimos tan mal, mirarán a mi mujer y sonreirán.
Peggy Olson: ‘What do you have to worry about?’
Don Draper: ‘That I never did anything. And that I don’t have anyone’
Después de más de dos años vagando por el mundo de la publicidad solo o en compañía de pocos, viendo el penúltimo capítulo de Mad Men tuve un momento revelador que me llevó a recordar lo que echo y echaré siempre en falta de mi paso por agencia: las personas. Seguir leyendo
Todo comenzó el 21 de mayo de 2014, un anuncio de Coca-Cola que solo había despertado risas de complicidad entre los seguidores del Atleti saltaba a los medios por otra causa: el actor que interpretaba al padre era abertzale y había apoyado públicamente a los presos de ETA en varias manifestaciones y una asociación de víctimas pedía la retirada del mismo. Desde ese momento se desencadenaron las declaraciones de un lado y del otro y el anuncio finalmente desapareció (realmente se había acabado el plan de medios del mismo y no se iba a volver a poner en la tele, pero eso importa menos). La agencia y la productora del mismo en una carta daban explicaciones y parecía que todo había quedado solucionado pero…
Me entero en las últimas semanas de despidos masivos en agencias donde tengo a gente a la que aprecio personal y profesionalmente, otras están inmersas en un posible ERE y los que siguen luchando en su trabajo y se dejan el alma y el tiempo por mantener su merecido puesto. Por otro lado veo que los precios de inscripción de piezas de este año en El Sol (ese festival para creativos donde los cuentas van si se alinean los astros de forma milagrosa) rondan los 300 euros y los pases para ser «delegado» (¿en serio que no hay otra palabra menos pretenciosa?) están alrededor de los 500 euros (vamos a quitar de la ecuación el resto de gastos -comidas, hoteles, copas, pinchos, otra ronda, más pinchos- para no pecar de demagogos).
Pues bien, yo nunca he sido de ciencias, pero a mi no me salen las cuentas: aquí hay alguien que prefiere seguir estrujando a la gallina publicitaria de los huevos de oro (quien dice gallina, dice infantería publicitaria) hasta que únicamente valga para hacer caldo y tomarse una sopita rica el día de su jubilación pactada porque si no se haría algo al respecto y se pararía todo esto para ajustarse a los nuevos tiempos. Esta crisis está obligando a todos los negocios a reinventarse, pero parece que ese esfuerzo de plantear un nuevo modelo en las grandes agencias se queda en la estupenda recepción de diseño esperando, porque no tiene cita ni tendrá.
Llegados a este punto, me viene a la cabeza lo que cuentan que sucedió en el bunker de Hitler cuando las tropas soviéticas estaban a la puertas de Berlín: el alto mando nazi que estaba allí decidió follar, comer y beber como locos porque sabían que no había mañana, que cuando el primer soldado entrara por la puerta, el sueño de ser un imperio habría muerto junto con ellos. No se qué pensáis, pero a mi me da miedo haber acabado con este último párrafo.
Este post no tiene coste alguno, es una guía para potenciales clientes cuyo punto de partida es que trabajes sin cobrar. Piensan que la solución a sus problemas es no gastar en creatividad (ideas, diseño, fotografías, ilustraciones) en pos de un bien mayor: que todos ganemos dinero. Espero que después de leerlo entiendan la cara de gilipollas que se nos queda cuando nos proponen este tipo de cosas.
FRASE 1:
«Sé que eres un pedazo de profesional y queremos contar contigo para este proyecto« .
Traductor a freelance: «Nos gusta tu curro, pero como la cosa está jodida, igual hasta te viene bien» .
FRASE 2:
«Es un concurso en el que tenemos todas las papeletas para triunfar» .
Traductor a freelance: «no las tenemos todas con nosotros por eso no queremos gastar ni un euro de momento, a ver si no va a salir, nos comemos los mocos y encima tenemos que pagarte».
FRASE 3:
«Nosotros también arriesgamos. Entiende que es una apuesta de todos».
Traductor a freelance «Gratis gratis gratis. Gratis gratis gratis gratis gratis».
FRASE 4:
«Nos abre las puertas a más posibles acciones con ellos.»
Traductor a freelance: «Aún no les hemos vendido la primera campaña y ya te estoy vendiendo a ti la segunda».
«Aquí ganamos todos».
Traductor a freelance: «tenemos un oportunidad con ese cliente y queremos quedar bien, si no sale, al menos habremos cubierto el expediente».
FRASE 6:
«Veo que no te interesa, no te preocupes, contaremos contigo para otros proyectos en los que haya presupuesto».
Traductor a freelance: «hasta luego Lucas».
CONCLUSIÓN:
Somos profesionales: nos gusta nuestro trabajo y nos da para comer. Pagamos impuestos hayamos cobrado las facturas o no, porque así lo quiere el Estado. Entendemos que la cosa está achuchada, pero esta práctica se lleva haciendo desde hace muchos años, cuando se ataban los leones de Cannes con longaniza. Nos podemos meter en proyectos que nos gustan y bajar nuestro presupuesto incluso hacerlo sin coste alguno si así nos lo pide el cuerpo, pero la decisión debe ser nuestra. No confundamos «trabajamos por amor al arte» (nos gusta lo que hacemos) con «trabajamos por amor al arte» (gratis).
Nos enseñaron que podíamos comernos el mundo, lo grabamos en nuestro cerebro y nos lo tatuamos en el alma.
Aprendimos rápido que si querías hacerte hueco en el mercado había que poner de nuestra parte: vendimos tiempo presente a cambio de futuro.
Luchamos juntos frente a un enemigo común y aún recuerdas a aquellos que cayeron en la trinchera mientras te miraban a los ojos sin entender qué cojones hacíamos allí.
Viajamos, comimos y dormimos en sitios donde nuestros padres jamás hubiesen imaginado y acabamos añorando la comida de la familia de los domingos.
Llenaron nuestras cabezas de FYI, ASAP, BTB y ahora nos emocionamos cuando una niña desconocida le dice a su padre «¿bailamos?«.
Muchas veces incomprendidos por nuestros mayores incapaces de entender tantas horas dejadas por el camino, salud desgastada por el esfuerzo y golpes recibidos.
Somos el resultado de horas y horas de trabajo, de esfuerzo muchas veces no compensado, de horarios intransigentes y fines de semana que penden de un hilo, pero lo hemos logrado, seguimos aquí le pese a quién le pese y ahora vamos a respirar hondo y decidir hacia donde dirigimos nuestros pasos, porque nos lo hemos ganado, ya no somos una promesa, somos la realidad, los niños a los que un día enseñaron que teníamos el mundo a nuestra disposición y vamos a demostrar que no se equivocaron.
«I’ve seen things you people wouldn’t believe. Attack ships on fire off the shoulder of Orion. I watched c-beams glitter in the dark near the Tannhäuser Gate. All those moments will be lost in time, like tears in rain. Time to die.»
Hace unos días se publicó un artículo escrito por Ricardo Pérez (creativo histórico de este país) donde criticaba la incapacidad del sector para hacerse notar dentro del actual panorama de crisis como otra víctima más: puede que no se llore en la publicidad, pero los publicistas llevamos llorando años y los primeros que han ignorado esas lágrimas hemos sido nosotros mismos.
Hemos visto llorar a compañeros por pelear por un tiempo que parecía que no se concedía, por vivir en husos horarios de tipos que parece que no quieren volver a casa. Hemos llorado de rabia por la indiferencia que se han tratado ideas que han cumplido lo que se pedía para después morir en un despacho a puerta cerrada. Han llorado de pena ejecutivos de cuentas sometidos al desprecio de la estrellita de turno que entiende que su «arte» está por encima del bien, del mal y del cliente. Hemos compartido pañuelo con ese junior que sigue viviendo con 900 euros a cambio de una oportunidad que le llevan prometiendo desde hace años. Hemos llorado de impotencia al ver lo que cuesta inscribir una pieza en ese festival tan molón a cambio de una fama que sólo conocemos en el sector. Han llorado sin lágrimas producers que han peleado por presupuestos imposibles para que su única respuesta sea que logren bajarlos un poco más. He llorado al ver profesionales que aman (amamos) esta profesión, incapaces de entender porque les tratan como escoria un día después de haber dado todo lo que llevaban dentro y más. Se ha llorado tanto que a veces sólo queda sonreír al que tienes al lado porque es el único que entiende este maldito chiste.
Como diría una madre «como sigas llorando, te voy a dar una razón para que llores de verdad».
(Por cierto, la culpa tampoco la tiene Mad Men: ya nos gustaría a muchos de nosotros formar parte, aunque se tratase de una pequeñita, de ese pedazo de serie, ya fuese como guionista, asesor o chico de los bocadillos).