Puede que no recuerde aquella excursión como si hubiese sido ayer porque han pasado años (muchos) desde entonces y la memoria, además de un USB, es traicionera.
Año 1983, cursaba tercero de EGB (lectores más jóvenes, a google a buscar que significa eso). Volvíamos de Rascafría después de un estupendo día trotando entre piedras, cogiendo ranas, almorzando un huevo duro con otras cosas que no recuerdo, una cámara de fotos que inmortalizó ese momento y con energía de sobra de esa que ahora cuesta recordar que una vez tuvimos.
Imaginad el autobús de vuelta, sentado al lado del que ese curso era tu mejor amigo cuando alguien se arranca a cantar una canción que a mi siempre me había parecido la cima de la rebeldía infantil y que a pesar de lo que decíamos, no sufríamos ningún tipo de represalia por parte de los aludidos que encima estaban allí presentes. Las consignas eran una declaración en contra del status existente pero sorprendentemente no pasaba nada. De todas las frases que cantábamos había una que me parecía la mejor con diferencia:
¡A MI NO ME GUSTA EL COLE Y MENOS LOS PROFESORES!
Y así toda la vuelta hasta que llegamos al punto de partida, allí donde estaban nuestros padres esperándonos con un abrazo y un beso preparados para sus pequeños rebeldes, esa parte que según pasan los años olvidamos y que hoy querríamos tener guardada para siempre en el rincón de las cosas que jamás tendrían que olvidarse.
Pasó el tiempo y más adelante me reencontré con la canción aunque en circunstancias muy diferentes a aquel año. Tarareándola descubrí la parte que siempre se me había pasado que invalidaba totalmente aquel canto a la anarquía. La frase era sencilla:
VAMOS A CONTAR MENTIRAS.
Así que por fin entendí la sonrisa de los profesores, su falta de respuesta a nuestro canto protesta y que pudiésemos cantarla a pleno pulmón. Sonreí y pensé que hubo una época en la que mentir era un divertido juego de críos que creían ser rebeldes y únicamente erán (éramos) niños.
vifree 
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