Archivo | enero, 2014

¿Y ahora qué?

30 Ene

blaNos enseñaron que podíamos comernos el mundo, lo grabamos en nuestro cerebro y nos lo tatuamos en el alma.

Aprendimos rápido que si querías hacerte hueco en el mercado había que poner de nuestra parte: vendimos tiempo presente a cambio de futuro.

Luchamos juntos frente a un enemigo común y aún recuerdas a aquellos que cayeron en la trinchera mientras te miraban a los ojos sin entender qué cojones hacíamos allí.

Viajamos, comimos y dormimos en sitios donde nuestros padres jamás hubiesen imaginado y acabamos añorando la comida de la familia de los domingos.

Llenaron nuestras cabezas de FYI, ASAP, BTB y ahora nos emocionamos cuando una niña desconocida le dice a su padre «¿bailamos?«.

Muchas veces incomprendidos por nuestros mayores incapaces de entender tantas horas dejadas por el camino, salud desgastada por el esfuerzo y golpes recibidos.

Somos el resultado de horas y horas de trabajo, de esfuerzo muchas veces no compensado, de horarios intransigentes y fines de semana que penden de un hilo, pero lo hemos logrado, seguimos aquí le pese a quién le pese y ahora vamos a respirar hondo y decidir hacia donde dirigimos nuestros pasos, porque nos lo hemos ganado, ya no somos una promesa, somos la realidad, los niños a los que un día enseñaron que teníamos el mundo a nuestra disposición y vamos a demostrar que no se equivocaron.

Wolfie! Wolfie! Wolfie!

23 Ene

Wolfie

Ni el discurso de William Wallace, ni la arenga de Theoden, ni la motivación de Frank T.J. Mackey, ayer hubiese dejado de lado mi moral y habría amado el dinero por encima de todas las cosas, deseado un Porsche para reventar de envidia al tipo que estuviese a mi lado en un semáforo, hubiese cogido el teléfono y vendido acciones de mierda a quién fuese, lanzado enanos a una diana, saltado encima de mi mesa, consumido cualquier sustancia ilegal que me mantuviese en pie para conseguir otra bendita comisión más, engañado a quién fuese tan estúpido como para confiar en mi, golpeado el pecho como un puto gorila, bailado con strippers hasta caer al suelo con los pantalones por los tobillos, partido un bate de béisbol contra el suelo, comprado trajes de 3.000 dólares, arrancado los botones de la camisa para celebrar que otro imbécil más no sabe que su dinero ahora es mío…

Y no, no me mires así, no me juzgues, estoy totalmente seguro que tú harías lo mismo si tuvieses a Jordan Belfort enfrente y al terminar su discurso gritaríamos juntos: WOLFIE!, WOLFIE!!, WOLFIE!!!, WOLFIE!!!!

Bendito DiCaprio.

¿Te acuerdas?

15 Ene

espinete-don-pimponTodo el mundo recuerda su Primera Comunión (si la hizo), el primer beso, la nota de Selectividad, el día de la boda de su hermano… y miles de situaciones importantes que suelen marcar nuestra vida, pero yo quiero hablar de otro tipo de recuerdos, esos que son míos y a lo mejor también tuyos, que no poseen un significado trascendental para nadie, pero que siempre están en la memoria, cosas que cuando menos me lo espero, vienen a mi cabeza y sacan la nostalgia a relucir junto a una sonrisa.

Me acuerdo de la cara de Han Solo cuando lo congelaban en “El Imperio Contraataca”; una discusión en “Cheers” sobre El Coyote y El Correcaminos; el día que uno de mis profesores de La Salle, cura para más señas, después de acabar un castigo al mediodía, y mientras recogía mis cosas, me dijo «Villapalos, eres un mierda»; el domingo que encontré el número uno de “Lobezno” en El Rastro después de llevar meses buscándolo; cuando Jesús  y yo nos colamos en la cola del cine para ver “Indiana Jones y el Templo Maldito”, justo cuando se acababan las entradas; el 4 a 3 del Atleti al Barça con el último gol de Kosecki; la última Nochevieja que me quedé en casa, viendo “Grease”; la primera vez que una amiga mía, al verme, en vez de decirme hola, me dió dos besos; la última vez que me confesé con un cura y le dije que me masturbaba; mi perro de peluche gigante que se llamaba Renko; de cómo me enamoré de una niña rubia que salía en una película de Parchís; del Señor Chinarro; de la cara del Barón Aslher y el robot enemigo de Mazinger que tenía tijeras en cabeza; de cuando Espinete hacía de su prima Espinilla, y cuando estaba sucio y tenía moscas en la cabeza; del papá de Espinete que salía en el especial de Navidad; de cuando me compré el primer disco de Hombres G en Galerías; de Mónica, la peluquera de Galerías Preciados que me quitaba los pelillos del cogote soplando y tenía una cara preciosa; de cuando sonaba “Sacrifice” de Elton John desde una ventana de mi calle, después de que un amigo me hiciese una gran putada; de la canción de “La Cometa Blanca”; de los electroduendes; de MacNamara y Almodóvar en la televisión, cuando yo no tenía ni puta idea de quién coño eran aquellos que decían que iban a poner a su hija “Lucifer”; del chándal de La Salle que me picaba; de cuando nos pillaron a mi hermano y a mí con dos destornilladores jodiendo un lateral de la mesa del salón; de Carlota, la perra lanuda de la chica del 2º quinta puerta; de cuando “el Porky” (otro cura de La Salle), partió una regla de madera de un metro en la cabeza de Roque; de cuando buceaba en la mitad del lago de Puebla de Sanabria, rodeado de peces; del pedo de tequila que me pillé en la sierra; de los pollitos Pio-pí y Saltarín; del perchero que había en mi habitación, que de noche parecía un monstruo; de «Ana, soy Ana, los chicos de este barrio quieren ya jugar con Ana»; de la chica que se ahogó en la piscina de Las Terrazas; de Lidia, que me llamaba Perucho en vez de Perico cuando tenía 12 años; del beso de 120 segundos entre Laura y Javi; del atardecer en Munera con la chimenea como única luz; de «Yo y mi llama, pues llama se llama, vamos a la clínica dental»; cuando me enteré de la muerte de Fred Astaire en Portugal; de la rosa que me regaló Mónica, mi novieta de los 13 años; de la medalla de oro en relevos; del día que marqué tres ensayos a Psicología después de ir perdiendo 12 a 0; de la “Fiesta del Gorrito” en Bruselas, con todo el mundo pedo por el suelo y con un gorro de baño puesto; de “V” y lo buena que estaba Diana; del disfraz de Laura Engels que me puse en una fiesta en la sierra (nadie me reconocía con el gorro); cuando me puse “Adiós, tristeza” de Los Secretos a toda caña el día que saqué nota suficiente para hacer Publicidad después de un año perdido…

Podría seguir escribiendo, pero creo que ya te puedes hacer una idea de lo que te quería contar. ¿No es sorprendente que todo esto esté en mi cabeza desde hace ya años y me acuerde perfectamente, y sin embargo sea incapaz de recordar el nombre de ese tipo que me acaban de presentar hace 2 minutos? «La verdad está ahí fuera», que diría Mulder, ¿te acuerdas?

Cómo sobrevivir a los 515 niveles del Candy Crush y no morir en el intento

9 Ene

This is the endEn serio, nunca me llamó demasiado la atención este juego. Yo era feliz con mis Angry Birds y sus diferentes versiones. Me lo instale casi por obligación (una novia tiene capacidad de convencerte de eso y más) y jugaba de vez en cuando con aire de arrogancia «¿y esto que gracia tiene si son caramelos y gominolas que desaparecen?» decía.

Pasaron los días y poco a poco me fue enganchando esa musiquita empalagosa y repetitiva que seguía sonando en mi cabeza una vez acabadas las cinco vidas. Cada vez que escuchaba «¡Delicious!» o «¡Sweet!» una media sonrisa aparecía en mi cara sin ser consciente que su adictivo y dulce veneno se iba introduciendo poco a poco en mis venas y además ¡era gratis!.

Los niveles iban cayendo y todo parecía fácil hasta que se acabo lo que se daba: fin de trayecto, última estación de tren aunque después se vislumbraban infinitas pantallas. Si quería seguir necesitaba pases en Facebook o pagar, aguante el tipo unos meses semanas días horas minutos y ahí estaba arrasando la última barricada defensiva, conectando la red social a este demoníaco juego. 

La espiral continúo y empezó al pique con el resto de adictos a los caramelos, los niveles diseñados por el mismo Calatrava Belcebú donde dejaba vidas y vidas durante semanas me atormentaban a la hora de dormir, soñando que los superaba y una vez que amanecía, seguía allí anclado ¡nooooooo!

Tal vez me quité horas de lectura, de siesta, ande por la calle ensimismado mientras quitaba gelatina y evitaba (o no) los temible bolardos, perdí un par de dioptrías, pero daba igual porque ya no podía parar, hacer peticiones, devolver favores… y superé niveles y más niveles con la grimosa protagonista del juego.

Y llegué al final, un escueto mensaje que me decía que pronto habría nuevos lugares para explorar fue lo único que conseguí, una promesa de que eso no había acabado, que volvería a engancharme, pero ya me daba igual. La batería de móvil me volvía a durar horas, mis dedos habían recuperado la flexibilidad, termine un par de libros y miraba con nostalgia todas las peticiones que iba llegando de jugadores como yo.

Hoy descanso y trato de olvidar que un día volverán los dulces caramelos a amargar mi vida…¡sweeeeeet!»

The End?

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