
El Cuento de la Lecher(í)a
«Érase una vez hace ya algunos años un grupo de amigos un fin de semana en León. Tocaba empezar a disfrutar y la mejor forma era hacerlo en forma de estupenda cena, así que dirigidos por uno de ellos que de esos menesteres y esa tierra sabía más que mucho, se plantaron en La Lechería, una Posada Real en Val de San Lorenzo, en plena maragatería. La noche era fría pero las luces de la calle daban sensación de calidez y una pizca de magia.
Entraron los amigos con más hambre que vergüenza (de lo segundo algunos siempre han tenido más bien poca) y se sentaron en la mesa redonda por donde desfilaría durante unas horas, un menú largo y rico, acompañado del primer contacto de algunos con los vinos del Bierzo (denominación de origen que después se volvería un fijo en las preferencias de todos ellos).
Según transcurría la cena a dos carrillos, entre chascarrillos y cacharrillos, uno de ellos (soltero de serie) tal vez influido por el ambiente o por el cuarto vino que caía, se imagino allí, acompañado de una estupenda mujer (puestos a pedir) pasando un fin de semana de esos que los románticos llaman románticos y el resto también. Sería en invierno, pasearían por las calles del pueblo al anochecer, tomarían algo en el pequeño bar del pueblo, amanecería el día frío y despejado, amanecerían juntos para compartir calor y…
Cuando se quiso dar cuenta el vigésimo séptimo brindis le saco de su mundo y le devolvió a la mesa y él tan feliz.
Pasaron los años y nuestro soñador, recién casado con una estupenda mujer (se cumplió lo que pidió) y buscando un fin de semana para desconectar, propuso volver a ese sitio que hace años decidió que tendría que volver. Al llegar les esperaban esas farolas cálidas y mágicas que tan bien recordaba.
Vivieron ese paseo al anochecer, esos vinos en el bar del pueblo, una cena inolvidable: coca con boletus y foie que les puso los pelos como escarpías, garbanzos fritos con gambas de llorar, cochinillo deshuesado que aún recuerdan con alegría por su increíble textura y todo ello acompañado, como no, de vino del Bierzo. Disfrutaron de la hospitalidad de María y Rubén, de sus desayunos caseros que hacían que el despertar fuera despacio y a gustito, de Quintanilla y la soledad bonita de sus calles, de Astorga con su chocolate y cecina (juntos pero no revueltos), de silencios cómodos, de mantas que a unos pican y otro no, de hacer realidad ese cuento de La Lecher(í)a que dejo de ser sueño para hacerse realidad, una increíble realidad».

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Etiquetas: Astorga, cenar, comer, denominación de origen, dormir, la lechería, León, Quintanilla, Val de San Lorenzo