Suelen venir precedidos de miles de posts en revistas de tendencias, con fotos dignas de enmarcar, sillas vintage y blanco roto. Su historia suele ir acompañada de empresarios jóvenes que en su vida se han dedicado a la hostelería pero eso si, conocen un montón de sitios molones y tienen un diseñador estupendo entre sus filas. Son restaurante donde prima el envoltorio en lugar del contenido, donde los camareros (jóvenes, simpáticos, guapetes) parecen más dependientes de tienda de ropa que expertos en atender mesas. En su carta no puede faltar el steak tartar, el atún rojo ¿?, algún tipo de carpaccio, postres con muchos colorines y una lista de posibles gin tonics capaz de marear al más entrenado. Su público mayoritario son grupos de chicas o parejas que están iniciando su relación (¡truhán, que te la quieres llevar al huerto pareciendo sensible!). Los reconocerás porque al pagar la cuenta (que generalmente vendrá dentro de algo super mono que te encantaría poner en tu mesilla de noche) tendrás la sensación de que algo falla. Cumplen una labor catalizadora de emociones, favorecen las confesiones y los momentos de plena amistad (la mística de la vela supongo), pero al salir por la puerta, tan antigua y decapada ella, habrás olvidado la mayoría de sus platos y únicamente os quedará el recuerdo de lo hablado o convencerla de que se tome una última copita contigo en ese bar estupendo de la esquina.
Pinterest(aurantes)
31 OctLa publicidad no llora, los publicistas sí
22 Oct«I’ve seen things you people wouldn’t believe. Attack ships on fire off the shoulder of Orion. I watched c-beams glitter in the dark near the Tannhäuser Gate. All those moments will be lost in time, like tears in rain. Time to die.»
Hace unos días se publicó un artículo escrito por Ricardo Pérez (creativo histórico de este país) donde criticaba la incapacidad del sector para hacerse notar dentro del actual panorama de crisis como otra víctima más: puede que no se llore en la publicidad, pero los publicistas llevamos llorando años y los primeros que han ignorado esas lágrimas hemos sido nosotros mismos.
Hemos visto llorar a compañeros por pelear por un tiempo que parecía que no se concedía, por vivir en husos horarios de tipos que parece que no quieren volver a casa. Hemos llorado de rabia por la indiferencia que se han tratado ideas que han cumplido lo que se pedía para después morir en un despacho a puerta cerrada. Han llorado de pena ejecutivos de cuentas sometidos al desprecio de la estrellita de turno que entiende que su «arte» está por encima del bien, del mal y del cliente. Hemos compartido pañuelo con ese junior que sigue viviendo con 900 euros a cambio de una oportunidad que le llevan prometiendo desde hace años. Hemos llorado de impotencia al ver lo que cuesta inscribir una pieza en ese festival tan molón a cambio de una fama que sólo conocemos en el sector. Han llorado sin lágrimas producers que han peleado por presupuestos imposibles para que su única respuesta sea que logren bajarlos un poco más. He llorado al ver profesionales que aman (amamos) esta profesión, incapaces de entender porque les tratan como escoria un día después de haber dado todo lo que llevaban dentro y más. Se ha llorado tanto que a veces sólo queda sonreír al que tienes al lado porque es el único que entiende este maldito chiste.
Como diría una madre «como sigas llorando, te voy a dar una razón para que llores de verdad».
(Por cierto, la culpa tampoco la tiene Mad Men: ya nos gustaría a muchos de nosotros formar parte, aunque se tratase de una pequeñita, de ese pedazo de serie, ya fuese como guionista, asesor o chico de los bocadillos).
Don Oso: Back to the Future
17 OctLa hamburguesa de Don Oso es un DeLorean con ketchup y mostaza, un viaje a un pasado más sencillo donde todos los apuntes descansaban en un carpeta clasificadora y se fotocopiaban en Moncloa. Una época en que ser universitario era el primer paso a ese futuro que hoy vivimos y que se parece mucho o nada a lo que estudiamos. Es recordar noches en los bajos de Aurrerá, leche de pantera en el Chapandaz, quedar en el Parador a las 9 para tomar unos minis, rematar el viernes en OH! y el sábado en Four Roses. Es tener el dinero justo para cenar algo y apostar el resto a que esa iba a ser la noche, nuestra noche, porque a nuestro lado estaban los amigos que nunca fallarían y que a más de uno hace años que no ves.
Entrar en Don Oso (C/ Donoso Cortés, 90 y C/ Melendez Valdés, 55, Madriz) es volver al pasado para darle un buen mordisco al presente sin pensar, por un rato, en el futuro.
Sala de Despiece: Ponzano 2.0
8 OctLa calle Ponzano es una referencia para el aperitivo en Chamberí, donde existe desde hace años una sana rivalidad entre quién tira mejor las cañas ¿el Fide o el Doble? (siempre me ha recordado a Cheers VS El bar de Gary), sitios para tapear de toda la vida y locales que cambian de dueños cada cierto tiempo porque aquí la costumbre es la costumbre y «los nuevos» son escrutados con lupa. En semejante nivel de exigencia llegó hace unos meses Sala de Despiece para quedarse.
Lo primero que llama la atención es su fachada iluminada y su interior muy diferente al resto de locales de la zona: cajas de poliespan en las paredes y techo, una barra que está preparada para ser compartida entre lo que allí se puede pedir y los que vienen a consumirlo, un bar convertido en mercado o tal vez al revés. La carta a modo de albarán es su punto fuerte, muy variada, escrita a mano con lo que hay ese día, cómo se prepara, cantidad y precio para que nadie se lleve un disgusto y tenga muchas alegrías.
Lo que está claro es que no es para tomar una cañita y marchar, una vez dentro habrá que pedir, por ejemplo sus piparras (Navarra), Atún Plancha (Almadraba) o su solomillo tártaro (La Finca) que rematas con tus propias manitas y dejar para más adelante sus mollejas o navajas. Sus camareros son más que agradables y si te sientas al fondo puedes disfrutar de cómo van preparando las diferentes comandas.
En un barrio que presume de ser de toda la vida hay novedades que merecen la pena: Sala de Despiece es el bar donde irán los hijos de los que van al Fide o los que como nosotros, tenemos la suerte de movernos entre ambos mundos. Bienvenidos al barrio.
Renoir Cuatro Caminos: fundido a negro
1 OctSe respira un ambiente triste en la pequeña pantalla de la sala 2 de los Renoir de Cuatro Caminos. Ryan se siente incapaz de sonreir a pesar de haber sido salvado por el mismísimo Tom Hanks que sobrevive a Omaha Beach pero no puede con esto. Batman mira a Joker y ninguno de los dos ve dónde cojones está la gracia, Bane de fondo dice algo que nadie entiende. El Woody Allen de Desmontando a Harry perdona al de Celebrity porque ninguno de los dos es capaz de hacer reír. Harry, Hermione y Ron se sientan junto a Voldemort sin saber qué hechizo romperá este maleficio. Los Coen reúnen a sus chicos en Fargo y no tiene ni idea que decirles, por una vez no hay diálogos entre ellos. Benjamin Button es incapaz de retrasar el reloj que por desgracia avanza cruelmente hacia el final. Darín siente que esta vez el estafado es él. Atardece por última vez en Brokeback Mountain…
En ese momento Peppy Miller guiña un ojo a George Valentin, sin palabras, los dos saben perfectamente qué hay que hacer: «There is one thing we could try. Trust me», sale sobreimpreso en la pantalla. La música empieza a sonar, cada vez más alta sacando del letargo a todos. Éste no puede ser el final, lo saben, seguirán ahí, haciendo reir, llorar y disfrutar a todos los que un día tuvimos la suerte de sentarnos en una butaca de ese cine de nuestra vida que hoy nos dice adiós.