Archivo | julio, 2012

La publicidad hoy es un mal chascarrillo

30 Jul

No conozco ningún sector que tenga tanto sentido del humor como el publicitario y tantos medios para demostrarlo. Somos capaces de hacer algo tremendamente gracioso a costa de los males inherentes de la profesión con gracia y salero ¡olé nuestro arte!

Los médicos se quejan de sus interminables guardias pero siempre con una mala cara, los profesores de la masificación pero es que no entienden el chiste, el pequeño comercio de la libertad de horarios y han de reconocer que sin ninguna gracia. ¿Dónde pretenden ir estos sosos? Creo que necesitan de nuestro divertido punto de vista a la hora de afrontar la crisis que hoy les (¿o era nos?) asola.

Podemos tener a chavales con un potencial tremendo durante años cobrando una miseria pero ahí está el chascarrillo de «ganarías más como cajero en el Día» (risas). O eso de vivir con horarios absurdos a costa de nuestra vida personal presente y futura ¿no le ves la gracia?. Lo de mantener la guerra entre cuentas y creación ¿qué me decís? eso es muy grande. Por supuesto también está «el trabajo de este senior cuatro juniors lo harán y cobrando la mitad» (¡es que encima rima!). ¿Y la inestabilidad? ¿qué me decís de la estabilidad? es que no puedo aguantarme, es para descojonarse.

En serio, hay veces que este sector me hace tanto reír que me entran unas tremendas ganas de llorar.

Piñera es la respuesta

24 Jul

¿Un sitio dónde preparen el mejor steak tartar de aquí, de Madriz? sería la pregunta.*

Aunque también podría preguntar por un restaurante dónde el sumiller sea un tipo encantador que elija un buen vino a buen precio, te pongan un aperitivo estupendo, cueste elegir entre los entrantes, el servicio esté a la altura, hagan la minitartaleta de manzana más rica que he comido en mi vida o quieras llevar a tu pareja para celebrar el primer dinero de tu nuevo proyecto. A todas esas cuestiones la respuesta seguiría siendo Piñera (Rosario Pino, 12. Madriz).

* (se la hice a uno de mis prescriptores gastronómicos de cabecera, Jesús Terrés -AKA Nada Importa- y eso me contestó, ahora yo pienso lo mismo).

Fotos: un relato corto para un largo verano (y 3)

18 Jul

(Anteriormente)

FOTOS (3)

Creo que había dedicado demasiado tiempo a mi labor de detective, y la tarde ya estaba cayendo. La luz era cada vez mas escasa y volví a dedicarme a mis labores dominicales. Abrí el cajón y estaba repleto de fotos sueltas, todas amarilleaban y estaban esparcidas por todo el fondo, de forma desordenada. Ya me empezaba a agobiar tanto retrato. Todas las caras eran diferentes, había tacos sujetados con una cuerda, otras metidas en sobres y el resto sueltas sin ningún orden. Procuré no entretenerme demasiado echándoles un vistazo. Saqué el cajón y observé que uno los raíles sobre los que corría estaba suelto. Dejé el cajón en el suelo y lo atornillé lo más rápidamente posible.

La obsesión de la señora por los recuerdos en papel fotográfico me estaba empezando a resultar patológica. Además, cuando no empleaba mi mente en utilizar correctamente el destornillador, mi cerebro se trasladaba a la época en que la señora Asunción formaba parte de la burguesía con dinero, y disfrutaba de todos los beneficios que le daba el poder adquisitivo de su familia o el de una boda de conveniencia. Le construí una relación con el caballero del coche, una juventud de fiestas elegantes, y tardes de domingo muy diferentes a su cruda actualidad de tarde de radio en un cuarto de su mal iluminada casa.

Cuando volví a colocar el cajón en su sitio y vi que también había superado la prueba con éxito, volví a llamarla. Tardó más en llegar que la primera vez. Me sonrió sin ganas y probó el cajón un par de veces.

– Perfecto, ¿ves como no era tan complicado?

Me encogí de hombros y ladeé la cabeza como dándole la razón, a veces parezco idiota.

– Bueno, pues aquí tienes tu última tarea.

Me tendió un cuadro que estaba apoyado en un lado de su viejo sofá.

– ¿Te importaría colgármelo ahí?- me dijo, señalando un minúsculo espacio entre varias fotos.

Asentí con la cabeza y cogí el cuadro. Ella volvió a retirarse sin que la palabra “gracias” se le hubiese pasado en ningún momento por la cabeza.

Me fijé en lo que tenía entre manos. Era otra foto de época con otra señora diferente, en lo que parecía la playa, acompañada de unos perros bastante grimosos. No entendía su pasión desaforada por los recuerdos de su juventud, si no se trataba de una macabra autoflagelación: observa lo que eras y mira en lo que te has convertido; tu fortuna dilapidada por un marido manirroto o unos negocios fallidos de tu padre, la cara de alegría del pasado cuando aún no sabías qué te depararía el futuro, una familia que parecía numerosa y ahora estás sola, una casa en la sierra, una visita al Liceo de Barcelona, un paseo por La Concha, las caras de las amigas, primas, tíos, mi abuela…

¿Mi abuela?, ¿qué cojones hacía mi abuela entre todas esas fotos? Abrí y cerré los ojos varias veces, como no dando crédito a lo que veía. Estaba seguro, esa era mi abuela en Santiago de Compostela, ¿sería amiga de esta señora? Al lado había colgada otra foto, y en ella estaba mi abuela de nuevo con una de mis tías y mi madre cuando eran recién nacidas. ¿En qué momento mi familia se había cruzado con las clases nobles? Terminé de colgar el cuadro y avisé a doña Asunción. Cuando entró en el salón me vió mirando las fotos. Antes de que le preguntase sobre su amistad con mi familia, ella habló.

– Veo que te has quedado sorprendido viendo mis fotos.

No dije nada y afirmé con la cabeza.

– Pues mira, esta es mi prima Eugenia en la playa con sus perros, este es su marido en su coto de caza, esta es…

En ese momento estaba señalando a mi abuela.

-… mi prima Luisa, hermana de Eugenia…

La buena señora continuaba con su historia, a veces cambiaba el nombre y el parentesco de una misma foto cuando volvía a pasar por delante. Mi abuela unas veces era su prima Luisa, otras su amiga Marta, otras una familiar de América. Cuando acabó el repaso, concluyo diciendo:

– Como puedes ver, mi vida no ha tenido desperdicio.

– Es verdad- le dije, pensando todo contrario. -Yo ya he terminado con lo mío.

– Bien, le diré a tu madre que no eres tan negado para las manualidades como me había dicho.

No hizo ni el amago de agradecerme mi tiempo, ni falta que me hacía, me bastaba con salir de aquel tétrico salón lleno de recuerdos falsos, estáticos, mezclados y robados.

Me despedí de ella y al cruzar la puerta volví a a saltar en el tiempo. Mis ojos tardaron un rato en acostumbrarse a la luz del ascensor.

Entré en mi casa y antes de que mi madre me dijese nada, le hice la pregunta que me había estado rondando la cabeza desde el momento en que había salido de la casa de doña Asunción:

-Mamá, ¿qué sabes de la familia de la vecina?

Me miró extrañada y al cabo de unos segundos me contestó:

– Que yo sepa, lleva viviendo aquí desde siempre- reflexiono un momento -a ver que recuerde… por lo menos hace unos cincuenta años, tenía una hermana monja.

– ¿Ha estado casada?

– Que va, siempre ha sido una solterona. ¿Pero por qué me haces esas preguntas?

– Es que en el salón de su casa tiene unas fotos…

– ¡Anda!, ahora que me lo dices, hace unos meses que le dejé una foto en la que sale tu abuela en Santiago y otra con tu tía y yo, para que limpiase el marco, porque me dijo que ella tiene un método casero para que brille mejor la plata vieja. Creo que hay bastante gente que le deja marcos antiguos, así la pobre señora se saca un dinerito extra. La próxima vez que la vea se lo recordaré, pero a saber si se acuerda dónde las tiene.

No quise decirle nada a mi madre. Preferí que doña Asunción disfrutase por el momento de los recuerdos inventados que le traía la imagen de mi abuela, su prima, o quien ella creyese que era. Supongo que no eran las únicas fotos del salón que no habían pertenecido a su pasado, tal vez ninguna era suya, lo único que tengo claro es que ahora pertenecían a su presente y daban rostro a una vida que ella decidió que había vivido.

FIN

Fotos: un relato corto para un largo verano (2)

16 Jul

(Anteriormente)

FOTOS (2)

En el ascensor me hizo un breve resumen de mis futuras labores: una puerta que no abría, un cajón suelto y, si podía, un cuadro. El panorama de la tarde del domingo se preveía espantoso; por un segundo me acorde de “La Fuga de Logan” y sus peculiares leyes, y lo útil que me podrían haber sido en mi actual situación.

Llegamos a su piso y sacó el llavero. La edad le obligaba a mirar de cerca las llaves que debía meter en cada cerradura, parecía que las reconociese más por el olor que por la vista. Me ofrecí amablemente a abrir la puerta y ella, no sin mostrar algo de desconfianza, me las entregó. Mientras le preguntaba de dónde era cada una, me llamó la atención el llavero en forma de aguilucho. Tenía los colores güalda y amarillo, acompañados de una bella frase en la que se daba por hecho que la sangre de uno es muy útil para que un pedazo de tierra se haga más grande, y todo eso bajo la mirada aprobatoria de un Dios al que yo desde pequeño, tal vez equivocadamente, le había atribuido un carácter más cercano al pacifismo de John Lennon que a la mala hostia que transmitía dicha frasecilla.

Una vez en el interior de la casa, retrocedí en el tiempo.

Toda la decoración de la casa parecía mantenerse intacta desde 1950. No había nada que recordase que estábamos ya en el año 2000, el único rasgo de modernidad era una vieja televisión con antena de cuernos, que seguramente era en blanco y negro.

El salón de la casa estaba repleto de fotografías, había retratos en los estantes, en la mesa baja que estaba en el centro, en las paredes. Todos parecían conservar los marcos en los cuales se colocaron por primera vez.

Todo estaba en penumbra y la buena señora encendió una lampara. El efecto producido por la combinación de una bombilla de 40W, incapaz de atravesar la oscura pantalla que la rodeaba, y los miles de retratos colocados por toda la habitación, fue fantasmagórico, y no desentonaba nada con el del motel de la señora Bates.

– Bueno, esta es la puerta que se queda atascada- me dijo, mientras me hacía una demostración en vivo, tirando del pomo.

– No se preocupe, veré qué se puede hacer- respondí con una sonrisa estúpida, sabiendo perfectamente que el proyecto podía superarme.

– Pues nada, yo mientras me voy a la salita a oir el parte.

Me dejó en el salón y cerró tras de si una de las tres puertas que daban a la habitación. Al poco rato empecé a oir de fondo la voz de un locutor. Ese fue el único sonido que me acompañó durante toda la tarde.

Decidí ponerme en marcha para acabar lo antes posible, mientras era observado por cientos de ojos impasibles que parecían vigilarme desde sus antiguos marcos.

Me acerqué a la puerta atascada y moví la manivela arriba y abajo, sin saber muy bien qué pasos debía seguir, hasta que decidí abrir la caja de herramientas y sacar el destornillador.

Tardé menos de lo que me imaginaba en desmontar el pomo, y cuando logré abrir la puerta pensé que tampoco era tan difícil. “Prueba conseguida”, me dije lleno de orgullo. Cuando todavía seguía embriagado por los efluvios del éxito, me percaté de que el problema vendría a la hora de lograr que la puerta se pudiese volver a cerrar.

Mientras sujetaba en mis manos la manilla desmontada, me fijé en una de las muchas fotos que tenía al lado de televisor. Era una foto de una mujer con un apuesto caballero vestidos de época, ambos montados a caballo, sonriendo al fotógrafo que les acababa de inmortalizar. Todo el ambiente que les rodeaba daba a entender que formaban parte de la burguesía adinerada. Me fijé en la foto que estaba a la izquierda. En ella, la misma pareja estaba apoyada en un coche antiguo, brindando con las copas en dirección a la cámara. El aspecto de ambos era especialmente elegante. Por lo que parecía, la señora Asunción había tenido un pasado aristocrático y en la actualidad sólo le quedaban viejos recuerdos enmarcados. Me seguí fijando en las otras fotos que rodeaban al televisor; en algunas había gente en lo que parecía una fiesta en el campo, no localicé ni al apuesto joven ni a la elegante dama, pero sí que se notaba que en esa época, la familia de él o de ella no tenía problemas económicos demasiado serios.

Cuando terminé de mirar las fotos que tenía al lado, consulté la hora y vi que tenía que acelerar mi trabajo si no quería pernoctar allí. Atornillé de nuevo todas las partes y me quedé bastante tranquilo cuando vi que no me sobraba ninguna pieza y el pomo se movía. Cerré la puerta para probar si el éxito era total. Al cuarto intento, la puerta se cerró y se abrió con facilidad. No sabía qué había hecho, pero lo había hecho bien.

Disfruté unos segundos de un merecido descanso y comprobé de nuevo que todo estaba bien antes de avisar a la dueña.

– ¿ Ya funciona mi puerta?

– Sí, eso parece- le dije mientras me frotaba la manos esperando sus vítores y alabanzas.

– Pues nada, este es el cajón que no va tampoco demasiado bien.

Me quedé con cara de tonto. Después de todo mi esfuerzo, mi sudor, mis lágrimas, la muy bruja pasaba de agradecerme mi trabajo, vieja ingrata.

– Vale- respondí refunfuñando.

– Me encantaría ofrecerte algo, pero tengo la nevera tiritando, ya sabes hijo, la pensión de una anciana no da para más.

Desapareció de nuevo por la puerta y yo levanté mi dedo corazón en señal de agradecimiento.

– Bruja- susurré para mí.

Miré el cajón con cara de odio, como si su existencia fuese la culpable de mi asqueroso domingo. Observé una serie de fotos que había sobre la mesa del salón. Se mantenía el aire de lujo de las colocadas al lado de televisor. Una montería, una foto en la plaza de toros de Las Ventas, la salida de misa con lujosos trajes. ¿Qué demonios había pasado en el espacio de tiempo que había transcurrido desde esas fotos hasta la actualidad? Las caras reflejaban una alegría desbordante, la pareja era diferente, o a mí me lo parecía. Aunque la época fuera más o menos la misma, ¿serían parte de su familia?, ¿cuál de las dos parejas era la que correspondía a la señora Asunción? Ambas mujeres eran lo que en aquella época debía considerarse atractivas, y trataba de buscar a cuál de las dos caras se parecía más. Decidí que la pareja de la televisión era la correcta.

Fotos: un relato corto para un largo verano (1)

12 Jul

Prólogo

Hace tiempo que escribí algo que llegué a considerar un libro («Cuando 6 semanas son 3 días»  se titulaba), eran otros tiempos y pensaba que tal vez llegaría algún día a publicarlo aunque la calidad ahora del mismo pueda ser más que dudosa (cosas de juventud y eso).

Los tiempos cambian y ya han pasado 12 años desde entonces pero aún así, creo que hay pedacitos que bien pueden valer como un relato corto para que podáis leer cuando tengáis un hueco (y por supuesto si os apetece) en este verano que nos acompaña.

Por otro lado, he decidido dividirlo en partes para que no os pasáis 10 minutos pegados a la pantalla y si os gusta pues mejor que mejor. Al final lo publicaré todo del tirón por si hay algún osado que le apetezca dejarse los ojillos en el blog (después prometo devolvérselos).

Ahora sólo espero que os guste y que perdonéis los posibles errores a ese tipo que un día soñó que la gente leería cosas escritas por él.


FOTOS (1)

Es de esas cosas que siempre he odiado hacer. Era un domingo por la tarde y me pillaron con la guardia baja, recién levantado de mi siesta de recuperación del fin de semana.

Mi madre me pidió/exigió, primero con palabras amables para pasar después a un tono más amenazante, que le echara una mano a una vecina de esas que sólo saludas cuando no tienes más remedio, y que además al cabo de unos cuantos años de cruces fortuitos en el ascensor, acabas catalogando de bruja cuando eres pequeño y de vieja bruja cuando eres un poquito más mayor. Yo protesté y traté de lanzarle el muerto a mi hermano -mucho más sociable que yo-, pero coincidió que en esos momentos él no estaba en casa, y seguramente tampoco por los alrededores de Madrid (había huído seguro).

Cuando mis excusas empezaban a tomar más consistencia, sonó el timbre de la puerta. Mi madre me miró con esa cara de odio que sólo saben poner las madres a sus hijos rebeldes, y abrió la puerta.

– Hola, buenas tardes- dijo mi madre.

– …

Alguien hablaba con mi madre, pero yo no le oía.

– Por supuesto, no es ningún problema.

– …

La puerta se abrió del todo y me temí lo peor.

Ante mí apareció la imagen de mi vecina, sonriendo con mirada de gratitud. Me acababan de hacer la cama y ya no había escapatoria posible. Yo le sonreí con cara bobalicona y me quedé clavado en el pasillo. Mi madre me hizo gestos con la mano para que me acercase.

– Le estaba diciendo a la señora Asunción que tú le echarías una mano…

Traicionado por mi sangre.

– …porque como tu hermano ha salido tan pronto…

Huído, se dice huído.

– …te has ofrecido tú, aunque un poquito menos mañoso.

Encima me humilla.

– No importa, Merche, lo que importa es la intención, y sus hijos son muy amables por echarme una mano. Despues dicen de la juventud.

Si la buena señora supiese las ganas que tenía yo de echarle una mano, seguramente cambiaría el final de su frase por el de “ìqué vergüenza de juventud, ya no es como la de antes”, bla, bla bla…, topicazo que ya le había escuchado otras veces cuando no había un favor de por medio.

Abandoné mi hogar, dulce hogar, acompañado de mi vecina y de una caja de herramientas de la cual lo único que sabía era su ubicación en mi casa, porque aunque me costase reconocerlo, el manitas seguía siendo mi hermano.

(Continuará)

Tiritina: crónica de una herencia recibida

10 Jul

tirita.

(Marca reg.).

1. f. Tira adhesiva por una cara, en cuyo centro tiene un apósito esterilizado que se coloca sobre heridas pequeñas para protegerlas.

tiritina.

1. adj. Que ejerce de tirita sentimental.

2. adj. Primero en llegar a la Zona Cero tras una catástrofe relacionada con el supuesto fin de una pareja.

3. adj. Persona que está para arreglar los destrozos del anterior novio/a.

4. adj. Relación sentimental cíclica que ayuda a superar una etapa dolorosa y generamente acaba mal (existe una variante que incluye sexo).

5. adj. Personita de usar y tirar.

Sylkar: ¿la mejor tortilla de patatas de Madrid?

3 Jul


Amanece en Madrid, es sábado y por delante nos espera un día azul de esos bonitos (invierno o verano, da lo mismo).

Apetece desayunar fuera de casa, apetece desayunar salado y si tienes suerte como es mi caso, muy bien acompañado.

Las gafas de sol, paseo tranquilo mientras vemos que los kioscos van recibiendo a los primeros clientes y el solecito recarga las pilas.

Llegamos al Sylkar (Espronceda 17, Madriz) y allí está la dueña con esa sonrisa perenne. Das los buenos días tanto a ella como al resto de los parroquianos y  te acomodas en una de sus tres mesitas.

Pides un par de pinchos de tortillas con ¿un café? ¿un zumo? ¿una coca-cola zero? lo que te apetezca, y al rato aparece esa maravilla amarilla poco cuajada, acompañada de su pedazo de pan con la promesa de que esta vez volverá a estar igual de rica o mejor que la última vez que la probaste.

Llega ese primer pedazo que sabe a gloria, lo acompañas con la sonrisa de quién te acompaña porque piensa exactamente igual que tú y siempre, la primera frase después de volver a probarla hace referencia a lo buena que está hoy.

Entonces la conversación gira en torno a otras cosas, tonterías, recuerdos de la noche anterior o tal vez abres uno de los periódicos que tienen y comentas no se qué cosa y el desayuno transcurre plácidamente como deben de transcurrir los desayunos cuando amanece en Madrid un día azul de esos bonitos y te apetece desayunar fuera con la mejor compañía que has tenido la suerte de tener.

Y entonces es cuando tengo que decir que para mi, la tortilla del Sylkar es la mejor tortilla de Madrid.

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