(Anteriormente)
FOTOS (3)
Creo que había dedicado demasiado tiempo a mi labor de detective, y la tarde ya estaba cayendo. La luz era cada vez mas escasa y volví a dedicarme a mis labores dominicales. Abrí el cajón y estaba repleto de fotos sueltas, todas amarilleaban y estaban esparcidas por todo el fondo, de forma desordenada. Ya me empezaba a agobiar tanto retrato. Todas las caras eran diferentes, había tacos sujetados con una cuerda, otras metidas en sobres y el resto sueltas sin ningún orden. Procuré no entretenerme demasiado echándoles un vistazo. Saqué el cajón y observé que uno los raíles sobre los que corría estaba suelto. Dejé el cajón en el suelo y lo atornillé lo más rápidamente posible.
La obsesión de la señora por los recuerdos en papel fotográfico me estaba empezando a resultar patológica. Además, cuando no empleaba mi mente en utilizar correctamente el destornillador, mi cerebro se trasladaba a la época en que la señora Asunción formaba parte de la burguesía con dinero, y disfrutaba de todos los beneficios que le daba el poder adquisitivo de su familia o el de una boda de conveniencia. Le construí una relación con el caballero del coche, una juventud de fiestas elegantes, y tardes de domingo muy diferentes a su cruda actualidad de tarde de radio en un cuarto de su mal iluminada casa.
Cuando volví a colocar el cajón en su sitio y vi que también había superado la prueba con éxito, volví a llamarla. Tardó más en llegar que la primera vez. Me sonrió sin ganas y probó el cajón un par de veces.
– Perfecto, ¿ves como no era tan complicado?
Me encogí de hombros y ladeé la cabeza como dándole la razón, a veces parezco idiota.
– Bueno, pues aquí tienes tu última tarea.
Me tendió un cuadro que estaba apoyado en un lado de su viejo sofá.
– ¿Te importaría colgármelo ahí?- me dijo, señalando un minúsculo espacio entre varias fotos.
Asentí con la cabeza y cogí el cuadro. Ella volvió a retirarse sin que la palabra “gracias” se le hubiese pasado en ningún momento por la cabeza.
Me fijé en lo que tenía entre manos. Era otra foto de época con otra señora diferente, en lo que parecía la playa, acompañada de unos perros bastante grimosos. No entendía su pasión desaforada por los recuerdos de su juventud, si no se trataba de una macabra autoflagelación: observa lo que eras y mira en lo que te has convertido; tu fortuna dilapidada por un marido manirroto o unos negocios fallidos de tu padre, la cara de alegría del pasado cuando aún no sabías qué te depararía el futuro, una familia que parecía numerosa y ahora estás sola, una casa en la sierra, una visita al Liceo de Barcelona, un paseo por La Concha, las caras de las amigas, primas, tíos, mi abuela…
¿Mi abuela?, ¿qué cojones hacía mi abuela entre todas esas fotos? Abrí y cerré los ojos varias veces, como no dando crédito a lo que veía. Estaba seguro, esa era mi abuela en Santiago de Compostela, ¿sería amiga de esta señora? Al lado había colgada otra foto, y en ella estaba mi abuela de nuevo con una de mis tías y mi madre cuando eran recién nacidas. ¿En qué momento mi familia se había cruzado con las clases nobles? Terminé de colgar el cuadro y avisé a doña Asunción. Cuando entró en el salón me vió mirando las fotos. Antes de que le preguntase sobre su amistad con mi familia, ella habló.
– Veo que te has quedado sorprendido viendo mis fotos.
No dije nada y afirmé con la cabeza.
– Pues mira, esta es mi prima Eugenia en la playa con sus perros, este es su marido en su coto de caza, esta es…
En ese momento estaba señalando a mi abuela.
-… mi prima Luisa, hermana de Eugenia…
La buena señora continuaba con su historia, a veces cambiaba el nombre y el parentesco de una misma foto cuando volvía a pasar por delante. Mi abuela unas veces era su prima Luisa, otras su amiga Marta, otras una familiar de América. Cuando acabó el repaso, concluyo diciendo:
– Como puedes ver, mi vida no ha tenido desperdicio.
– Es verdad- le dije, pensando todo contrario. -Yo ya he terminado con lo mío.
– Bien, le diré a tu madre que no eres tan negado para las manualidades como me había dicho.
No hizo ni el amago de agradecerme mi tiempo, ni falta que me hacía, me bastaba con salir de aquel tétrico salón lleno de recuerdos falsos, estáticos, mezclados y robados.
Me despedí de ella y al cruzar la puerta volví a a saltar en el tiempo. Mis ojos tardaron un rato en acostumbrarse a la luz del ascensor.
Entré en mi casa y antes de que mi madre me dijese nada, le hice la pregunta que me había estado rondando la cabeza desde el momento en que había salido de la casa de doña Asunción:
-Mamá, ¿qué sabes de la familia de la vecina?
Me miró extrañada y al cabo de unos segundos me contestó:
– Que yo sepa, lleva viviendo aquí desde siempre- reflexiono un momento -a ver que recuerde… por lo menos hace unos cincuenta años, tenía una hermana monja.
– ¿Ha estado casada?
– Que va, siempre ha sido una solterona. ¿Pero por qué me haces esas preguntas?
– Es que en el salón de su casa tiene unas fotos…
– ¡Anda!, ahora que me lo dices, hace unos meses que le dejé una foto en la que sale tu abuela en Santiago y otra con tu tía y yo, para que limpiase el marco, porque me dijo que ella tiene un método casero para que brille mejor la plata vieja. Creo que hay bastante gente que le deja marcos antiguos, así la pobre señora se saca un dinerito extra. La próxima vez que la vea se lo recordaré, pero a saber si se acuerda dónde las tiene.
No quise decirle nada a mi madre. Preferí que doña Asunción disfrutase por el momento de los recuerdos inventados que le traía la imagen de mi abuela, su prima, o quien ella creyese que era. Supongo que no eran las únicas fotos del salón que no habían pertenecido a su pasado, tal vez ninguna era suya, lo único que tengo claro es que ahora pertenecían a su presente y daban rostro a una vida que ella decidió que había vivido.
FIN

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Etiquetas: iluminada, labores, relato corto, relato de verano, retrato, vistazo